Por: Macacha

Llega el plato de comida, llega el máximo momento de verdad del servicio y ¿que hacemos? Nos dejamos deleitar, babeamos y morimos dejándonos conmover por un plato que nos ponen al frente. ¿Cuanto hay detrás de eso?

Detrás de eso hay horas de trabajo, millones de idas y vueltas, pedidos, compras, elecciones, bocetos de menú, cambios de menú, elección de proveedores, prueba de productos, catas de vinos, degustación de los platos con un solo cubierto para varios, vajilla que queda olvidada en la linea de salida, expectativa de reservas, matemática del salón y la cocina que nunca cuadra, mesas que van y vienen formando las verdaderas mesas… Ah tanto que pensar, cuanto stress!

Cuando un comensal llega y se sienta a la mesa no tiene idea del backstage. No se imagina todo lo andado ni le importa como fue que llegó ese plato que llegó en el menú a la mesa. ¡Tampoco tiene por que! Eligió un lugar, hizo la reserva, o llegó por diversas razones y ahí está hambriento, con ganas de comer, con la ilusión de que lo sorprendan sentado a la mesa.

Llega, se sienta, lo atienden, pide y todo se activa. Si tenemos suerte todos, el y los que están detrás saldrán beneficiados con su decisión, ya sea de haber venido o la que haga cuando mira la carta.

Pensando en comensal, sintiéndonos ahí, con la ilusión y con el hambre, apelando a la memoria y al no quiero que jamás me vuelva a suceder, me arriesgo a decir que hay errores desde los que no se vuelve.

Una fábrica, ya sea de pasta o de autos, una oficina, un banco, otros lugares tienen un costo de lo que en calidad se llama “retrabajo” y por suerte una forma de saber que lo que hacen no se hizo conforme al estándar antes de que llegue al cliente. Eso en un restaurante, en un bar o en un hotel no sucede. Se enteran de los errores por los mismos clientes.

Y volviendo a pensar que soy cliente, que llego con mi hambre, mis expectativas, mis comentarios y recomendaciones a este lindo, bueno, amable y acomodable restaurante, espero que no repita ninguno de los errores irreparables del pasado. Errores que he remarcado o me he conservado para mi, en varios restaurantes por el mundo.

Hay cosas que no olvidaré y que no me fueron recompensadas, ¿donde era? Lugar y nombre del restaurante me los acuerdo vagamente, pero no vienen al caso… pero haciendo un esfuerzo, recuerdo que:

  • Me sirvieron un bife de chorizo en su punto perfecto, pero a poca temperatura. Lo que me dio la pauta de que quizás alguien se los devolvió porque lo quería más cocido.
  • Cuando pedí una pasta, por demás conocida, me la sirvieron pasada de punto y con un ingrediente que no era el debido. A quien se le ocurre poner en su menú una pasta mundialmente conocida, de la cual todos sabemos ingredientes y servirla así: pasada y con otros ingredientes, distintos a los de la receta original y mundialmente conocida.
  • Cuando miro el menú, veo que los platos se están esforzando para ofrecerse. Como puede ser que me digan que dan un pescado de estación en un lugar que lo más próximo de mar que tiene está a 1000 km. El pescado será seguramente congelado. Si fuera fresco, el precio sería el doble.
  • El mozo me trae la carta, me la ofrece amable, simpático pero cuando le pregunto de que cosa está hecho un plato, comienza a transpirar, suda intensamente y me habla demasiado sin decirme nada. Por lo poco que sé de cocina, o por lo mucho que probé, me doy cuenta que no sabe de que habla el menú, yo y el resto de los que están sentados acá.
  • Mientras uno de mis amigos mira el menú, alguien me da la carta de vinos y me dice que elija yo, que se un poco más. Busco y busco en la carta pero nada de lo que veo tiene que ver con el menú. Tampoco tengo una variedad de elección si quisiera maridar cualquier comida, o si quisiera al menos tomar un vino conocido por mí, o un varietal, una etiqueta, una curiosidad o algo de compartir con mis amigos. Sinceramente, con todo lo que quiero el vino y con lo que representa, no creo que esta cena sea igual sin una buena botella para compartir.
  • Llegamos, nos sentamos, nos trajeron el menú y la verdad que lo que más queremos es ponernos al día. Hace como cuatro años que no nos vemos, han pasado mil cosas, vida, hijos, trabajo. Carlitos volvió de España y Andrea se fue a vivir al sur. Tratamos de charlar, llegamos a hablar y a escucharnos porque nos conocemos tanto que hacen falta pocas palabras. La verdad que si fuera por la música de fondo y, sobre todo, por el volumen no habríamos podido siquiera darnos el par de regalos que compramos y dedicarlos. Es una constante pelea entre esta música, que no tiene que ver con el lugar, y su volumen. Tal vez, la próxima nos juntemos en el mismo bar de siempre.
  • Llegamos a uno de los restaurantes de moda de la ciudad, por supuesto era necesario esperar porque no se puede reservar hay que llegar y ver si nos atienden. Antes de ir, pensé en decirles que con los horarios que tenemos es imposible pensar que podemos irnos a eso de las ocho y esperar mesa. Ni un martes, ni un jueves, menos un sábado como hoy. Pero lo lindo es que nos dijeron que esperemos unos 15 minutos y nos van a acomodar. A mi, que ya tenía algo de hambre, que me gusta la comida, este paso de platos mientras espero en la puerta me está matando. Pienso, sin saber mucho de gastronomía, ni de costos, cuanto les puede costar hacernos esperar en una barra con un aperitivo, un vermouth con papas fritas y good show, mientras la mesa que me quieren asignar termina el café y paga la cuenta.
  • Entre tanto que me acordé, me vino a la mente una vez que todo parecía perfecto, todo estaba en su tiempo y en su forma, hasta que vimos al trasluz las copas. Una de mis amigas, la peor de todas quizás por detallista, pero la que más quiero se puso a mirar una copa, no solo no parecía lavada si no que, siendo sincera y poco observadora, otra de las comensales le dio la razón y pidió cambio de vajilla para todas. Esa noche pagamos tanto que nos pareció que si reutilizábamos los cubiertos la cuenta hubiera tenido un descuento.
  • Y para cerrar, para ir pidiendo la cuenta, me acuerdo que varias veces me trajeron la cuenta sin pedirla, como recordándome el paso de las horas en el reloj. Como si mi marido llegara y me dijera que es tarde y tengo que volver.
  • Y pienso entonces, nada puede arruinar una cena o un momento en la mesa como los destiempos y las desubicaciones de un mozo. Todo estaba tan bien. Ya me había olvidado de mis hijos y mi marido por un rato. Habíamos salido a festejar el cumple de Mariana. Eramos todas libres hasta que el mozo, con sus horarios y sus apuros nos hizo acordar que lugar, velas, música, menú y vino eran solo un momento que estábamos por pagar. Y que la íbamos a pagar en cuotas, a la comida y al retorno a casa fuera de hora.

Y ustedes, ¿tiene historias de esas que quedan retumbando en la cabeza?

Gracias Macacha!!!